jueves, 30 de septiembre de 2010

Hisotoria

Esto es el primer proyecto. Escribí este texto, casi con palabras al azar, para experimentar con el, la idea es que cambiando la menor cantidad de palabras posibles se de a entender muchas historias con el mismo texto. Esto está inspirado en "la inmiscución terrupta" de Cortazar aunque mi idea no es inventar un idioma, sinó que quiero explotar la libre asosiación lo más posible, aunque deformar palabras y crear "lunfardo" tampoco está mal

Cualquier idea será escuchada, yo preseleccioné varias palabras pero no estoy seguro de ellas:

Dos horas; Ombú; Mostrador; Silencio; Plantado


¡Dos horas! Dos horas pasaron ya. Desde que estoy acá sentado pasaron dos horas. El sol casi logra esconderse detrás de la sombra de un Ombú.
Deben quedar tres cuartos de hora de sol, pensaba mientras levantaba la mirada, cruzándose con la de Hector, siempre firme del otro lado del mostrador. Como si adivinara el pensamiento hizo un ademán señalando el reloj. Levanté mi mano para impedirle hablar, como si con mi simple gesto pudiera callarlo. –Dos horas- dijo, pese a todo mi esfuerzo. Yo miré por la ventana, dándole intencionalmente la espalda mientras le pedía otro de lo mismo.

Algunas ramas del Ombú intentaban entrar. Parecían querer escapar del aire libre y entrar a este lugar, tan insulso, húmedo y oscuro. En cierta forma me identifiqué con ellas ¿Quién podría preferir la libertad? Todos tenemos un papel que cumplir, nos guste o no, es por cuestión de principios.

Interrumpiendo mi pensamiento (por suerte) la puerta se abrió. Un hombre más cerca del piso que del techo apareció. Entró luego de un segundo de suspenso que pareció eterno. Contempló toda la escena: El lugar vacío, algunas mesas desparramadas con sus sillas, Hector, el reloj y finalmente yo. Fijó su mirada en el reloj evadiendo la mía. -¡Dos horas!- fue lo primero que dijo. –Dos horas- fue lo que yo le respondí con un poco menos de entusiasmo. Sus pasos resonaron en toda la pulpería. Nunca había visto el lugar tan lleno. Se sentó a mi lado, en el mostrador, recién ahí me dedicó su atención, empezó por mirar lo que estaba tomando y pidió uno igual mientras le daba la espalda a Hector y miraba por mi ventana. -¿Quién podría preferir la libertad?- me interrogó –Todos tenemos un papel que cumplir, nos guste o no, es por cuestión de principios.

Quedamos en silencio mientras vaciábamos los vasos. Hector nos regaló otra ronda de lo mismo. El estaba tan impresionado como yo por ver el lugar tan lleno.

Ambos terminamos de tomar al mismo tiempo. –Pensé que me ibas a dejar plantado-. Nadie rió, ni siquiera yo. Después de un ridículo silencio él, casi como una orden, dijo -¿Vamos?-. Dejé mi vaso recién servido sobre el mostrador y lo acompañé afuera. Ya era de noche, y yo no podía hacer nada.

"La inmiscusion Terrupta" En lo que me inspiré

Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.

– ¡Asquerosa! – brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivorearle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgandose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.

– ¡Payahás, payahás! – crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.

– ¿Te das cuenta? – sinterrunge la señora Fifa.

– ¡El muy cornaputo! – vociflama la Tota.

Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofitas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.